La radio en un minuto - Beatriz Bravo García

El móvil gruñe alentándome a despertarme, el Whatsapp resuena nada más activar el wifi indicándome que la noche fue más larga para otros que para mí. Hay que levantarse. No queda más remedio. Enciendo la televisión para que las voces de otros me cuenten lo que ha pasado en el mundo desde que desconecté por última vez. Entre mensajes sobre corrupción, violencia y desplome económico y cultural, me visto, desayuno, hago la cama, me lavo los dientes, arreglo la mochila... Hasta que el tintineo de las llaves y el golpe de la puerta al cerrarse ponen fin a la primera parte del día. Un día más en la monótona vida del estudiante universitario.
El mundo exterior es mi siguiente parada, y por muy raro que pueda parecer éste no está plagado de sonidos molestos que se superponen unos con otros, porque en la brevísima distancia que separa mi casa del metro, la música que se esconde tras los cascos es el único sonido que llega a mi cuerpo. Apenas llego a escuchar al tren acercándose ya que enseguida coloco los auriculares en mi cabeza, y es entonces cuando decido dejarme llevar. Durante casi veinte minutos no existen andenes o trenes parlanchines que me digan que el convoy está próximo a realizar a llegar o que ésta o aquélla son las siguientes paradas. Durante ese rato los acordes musicales lo llenan todo.  
Después lo único que oigo son voces. Voces de profesores, compañeros, conocidos... A veces incluso de desconocidos que instintivamente y tras cruzar su mirada con la tuya, comparten un simple pero agradable "hola" conmigo. Al acabar la mañana y no sin antes haber escuchado el rugido alarmante de mi barriga, emprendo el mismo camino que me llevó hasta ese segundo hogar en el que paso tantas horas intentando aprender del mundo: la universidad. La música vuelve a ser mi única compañía sonora.
Unas pocas horas después llega mi parte favorita del día, esa que me regala los sonidos más maravillosos con los que podría deleitar a mis oídos. La sala de cine me espera. Emprendo el camino hacia allí con la misma ilusión con la que un niño entra en una juguetería, porque puede que ya conozca la sala pero cada película es un nuevo mundo que me suscita una infinita mezcla de ilusión y curiosidad. Con un refresco y un cuenco de palomitas acompañándome comienzo la cuenta atrás (imaginaria): siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… La explosión sonora ha empezado. Miles de frases empiezan a brotar a mi alrededor, no provienen únicamente de la pantalla sino de todas partes. Diálogos, golpes, risas, llantos, sentimientos escondidos tras las palabras… Esa mezcla de emociones va directa a mis oídos y no puedo evitar sentirme la persona más afortunada del mundo. Afortunada no sólo por poder oírlo sino por poder sentirlo.
El mundo cambiará y, si todo sigue su curso habitual, mi vida también lo hará. Y con el paso del tiempo llegarán nuevas películas, nuevas emociones… Puede que lo que oiga de aquí en adelante no se parezca a lo que ya he oído otras veces sentada en una butaca, pero sé que los sonidos de la sala de cine me acompañarán siempre, y que me seguirán provocando emociones más propias de un niño pequeño que de una joven universitaria. 

Autorretrato - Beatriz Bravo García

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