La alarma sonaba y Ester tuvo que desordenar la mesa de noche antes de detenerla. Suspiró y confundida levantó el rostro para mirar la hora: el reloj marcaba las diez, un jueves por la noche; Ester había dormido por horas, así que se levantó y sacudió las sábanas. Antes de cenar, tomaría un baño para enfriar un poco el cuerpo y luego volver a la cama para terminar de descansar.

Se dirigió al baño del cuarto, entró y cerró con seguro, para sentirse, valga la redundancia, más segura. Se desvistió y dejó caer un poco el agua; mojó primero sus manos, luego las llevó al rostro y no tardó en empapar completamente el cabello. Cerró los ojos, podía sentir cada gota y hasta creía que tomar una ducha y siesta al mismo tiempo no sonaba tan descabellado de lo que parecía; durante unos minutos, el sonido de la ducha gobernaba en el cuarto o quizás en todo el segundo piso de la casa, no sabía con exactitud, pero inesperadamente fue interrumpido por la caída de una pila de cosas que, probablemente, eran del desván. Aun así, Ester cerró la llave y escuchó con más atención… - “¿Estás en casa, muñeca?” Su padre había vuelto del bar y no tardó en seguir duchándose. 

Mientras restregaba su cabello con Shampoo, y localizaba con la mirada dónde podría estar la esponja, alcanzó a escuchar que intentaba entrar. Ester, corrió la cortina y cerró la llave nuevamente. Espero y escuchó detenidamente, - “Necesito mostrarte algo” pero no sé movió, mientras él insistía. – “Sal, quiero que salgas ya” Ester entró en pánico y comenzó a hacer los ejercicios de respiración para tranquilizarse un poco; de un momento a otro había silencio total, pero la piel de Ester se erizó cuando la puerta fue abierta sin ser forzada y él entró. Creía saber qué es lo que quería, ella desnuda y solos, pero sus piernas se entumecieron y no parpadeó cuando vio levantar su brazo con un arma frente a ella. Para concluir toda relación, cayó su grito de un disparo.

Brenda Argueta