Cambia la década: un pretexto para recordar influencias, transformaciones, etapas... formas de recorrer el complejísimo, aunque fascinante, camino hacia la adultez. Esta playlist, con mix hecho en casa, es un hipervínculo a una infancia marcada por la alegría y el espíritu soñador de mamá; a líricas que solo "de grande" me dieron claves sobre quiénes me criaron; a rubias que, aunque güeras, me mostraban pistas tempranas de feminismo ahí donde aprendí a ver y sentir mi cuerpa, a encontrar otras formas de decir las cosas, desde la fuerza del desdén y la renuncia a las culpas. 

Es una playlist que cierra con ritmos que solo pude apropiarme completamente en una lesbiandad lejos de casa y de la ciudad: una caja de sonidos que habla de mí, de lo aprendido, de lo sufrido, de irme, de aprender a estar en otro lado, y de regresar. Sonidos que también gritan la alegría de existir, el deseo de seguir bailando y acompañando el viaje por los cantos, y los movimientos, de las mujeres.

Tiene una dedicatoria especial a Merit, que me enseñó que la música, como decía Madonna allá a principios del 2000, "hace a la gente estar junta". A Ambro, que me enseñó a bailar, a explorar el mundo, con el corazón. A mi abuela Marcela, porque me empujó a ser consciente de mi cuerpo desde beba. A Luisa, porque con su guía y apoyo en el momento adecuado, el "fuego" no se apagó, sino que se ha mantenido encendido. Y a Olga, mi mamá, que me enseñó a "engancharme de las estrellas": a darme a tiempo la única brújula necesaria contra los malos tiempos, la sensibilidad.

Mariana C. Bertadillo