Porque hay muchas formas de recorrer el tiempo. Puede una caminar el camino de todas las tardes y de cada estación, de vuelta del colegio o de la universidad, tantas veces, impulsada por tantas ensoñaciones, que cuando ya no puedes soñar, el camino se abre frente a ti, solo . No es que lo empujes, es que el vacío del lugar donde debería ir tu pie, tu mano, tu mirada, es abierto por la constancia de tu presencia y se reconstruye aunque no estés.

Caminando hace poco por la Universidad de Concepción, me sentí llena y compacta, presionando desde adentro de mi juventud, coherente, haciendo fluir la tarde detrás de mí, cortando el aire, flotando al viento como un velero.

Más tarde caminé por un cerro que me conoció igual de bien que la calle del retorno a casa, pero donde mi presencia se recortaba contra el piso, se cincelaba por la ausencia inhóspita de la mirada de la gente.

No puedo decir que mi caminar transparente haya sido producto de una hoja movida por el viento primaveral. Pero quizás la dureza de la tierra coloreada que me regaló el cerro si haya sido un primer movimiento sabido.

Sukeban