Desde pequeño me enseñaron a superar varias situaciones.
A cómo levantarme si me daba contra el pico de la mesa sin llorar.
A cómo columpiarme sin miedo a salir volando.
A sentarme en la mesa y descubrir cómo debía sentarme para no molestar.
A comer con la boca cerrada...

Desde pequeño me enseñaron a andar, a hablar, a superar cada problema con paciencia
y sabiduría, a sabiendas de que no todos los problemas iban a ser posibles de solucionar.

Me enseñaron a luchar por lo que quería, a ser constante y a valorar lo que tuviera
para ser capaz de echar la vista atrás y decir, madre mía, tanto tiempo que ha pasado
y aquí sigo en pie.

Me enseñaron a soñar, a creer que todo lo que tuviera cabida en mi cerebro era posible
trazarlo a la realidad, ¿y qué hice? Soñé.

Soñé con una vida maravillosa, en la que no necesitaba ni dinero, ni posesiones, ni
cosas materiales, lo aprendí.

Aprendí a soñar para creer en todas y cada una de mis ideas.

Mi lóbulo temporal me empezó a contar una historia, que decía tal que así:

"Hace no mucho tiempo, en un país no muy alejado, una tarde no muy distinta a ésta,
el lóbulo occipital permitió ver un hecho insólito. Después de tantos años,
y de tantas luchas, el sistema límbico empezó a enviar señales, unas señales muy raras,
todos pensábamos que iban a ser otros ataques de ansiedad, pero, en ese momento,
sucedió algo insólito, empezó a llegar al sistema nervioso una ondulación mayor de lo 
normal, si, el cuerpo se estaba alterando, ninguno de nosotros sabía qué estaba pasando,
todos estábamos alucinando, de ver cómo todos estábamos alterados sin motivo alguno
aparente. Hasta que lo entendimos."

Sí, lo entendimos en cuanto las pupilas comenzaron a dilatarse para permitir más entrada
de luz al iris, en cuanto todo quedó almacenado en la retina.

Ahí fue cuando pudimos verte y entender por qué pasaba todo.
Desde que llegaste lo revolucionaste.
No te vayas nunca.

Feke

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