Sadie corre con todas sus fuerzas. El eco de sus pasos se mezcla con el sonido del cuchillo de Alan chocando contra las paredes mientras la persigue.
La luz amarillenta de los focos parpadea como si estuvieran a punto de estallar. Cada sombra, cada puerta cerrada, parece estar contra ella.
Detrás, Alan no es el hombre que conoció. Su rostro está desfigurado por la rabia, sus ojos brillan con un vacío feroz, casi animal. Sadie, con la voz rota por el miedo, comienza a golpear desesperadamente las puertas de sus vecinos mientras corre. —¡Ayúdenme! ¡Por favor, alguien! —grita con una desesperación que desgarra el aire.
Un vecino del fondo, un hombre mayor, abre la puerta al escuchar el escándalo. Apenas alcanza a asomar la cabeza cuando Sadie pasa corriendo frente a él, con el rostro bañado en lágrimas. —¡Ayuda! —grita ella, con una voz tan desgarrada que hiela la sangre.
El hombre gira hacia el pasillo, confuso. No alcanza a ver más que una figura oscura avanzando como una tormenta. No tiene tiempo de reaccionar. Alan, sin dudarlo, lo apuñala en la frente con una fuerza brutal, la hoja del cuchillo crujiendo contra el hueso.
Sadie, horrorizada, mira hacia atrás en el instante en que Alan lanza al hombre al suelo y, en un ataque frenético, lo apuñala una y otra vez. La sangre salpica las paredes, formando manchas grotescas y salvajes. Es lo más violento que Sadie ha presenciado en su vida.
Temblando, alcanza el panel del elevador y presiona los botones con desesperación, como si sus dedos no pudieran moverse lo bastante rápido. Las puertas finalmente se abren. Sadie entra, jadeando, con el corazón a punto de estallar.
Alan la ve y empieza a correr hacia ella, su silueta ensangrentada reflejándose en las paredes de metal. —¡Sadie! ¡No corras de mí! —grita con una voz deformada por la ira.
Ella golpea el botón de cerrar puertas una y otra vez, suplicando en silencio que se cierren antes de que él llegue. Las puertas se deslizan, cortando el último vistazo: Alan, completamente cubierto de sangre, con una mirada vacía y salvaje, extendiendo la mano.
Dentro del elevador, Sadie se derrumba en el suelo, sollozando. Está en el piso 10, cada segundo que tarda en llegar a la planta baja es un infierno. Desde el hueco de la escalera, se escuchan los gritos de Alan resonando como un eco del mismísimo infierno. —¡Sadie! ¡Mírame lo que me hiciste hacer! ¡Es tu culpa!
Sadie se cubre los oídos, llorando, mientras el elevador sigue descendiendo. El sonido metálico de los cables y el motor es lo único que le recuerda que el tiempo corre. A solo un piso de llegar, se obliga a ponerse de pie, tambaleante, con las piernas temblorosas.
Cuando las puertas se abren, ella estalla en una carrera frenética hacia la salida. —¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme! —grita con todas sus fuerzas.
Pero entonces, desde la escalera de emergencia, se escucha una puerta abrirse de golpe. Alan también ha llegado a la planta baja.
Ella no lo ve, pero escucha su respiración salvaje. Corre hacia la entrada principal mientras el guardia de seguridad se levanta, confundido por el ruido.
—¡Señor, corra! ¡Es peligroso! —grita Sadie.
El guardia apenas alcanza a reaccionar. Alan, en una ráfaga de violencia, le corta la garganta con un movimiento limpio y brutal. La sangre brota como un chorro oscuro, empapando el piso.
Sadie chilla de horror. La escena es demasiado para su mente. Corre hacia la calle, buscando un lugar para esconderse, pero Alan, en lugar de recrearse en su crimen, la sigue con la precisión de un depredador.
La alcanza en pocos segundos. Sadie cae al pavimento, forcejeando, con las uñas rasguñando el suelo. —¡Por favor, Alan! ¡Detente! ¡Te lo suplico!
Pero al verlo tan cerca, lo único que encuentra en su rostro es algo inhumano, una máscara vacía, sin alma ni remordimiento.
Alan la golpea con el dorso de la mano, tan fuerte que su cabeza rebota contra el suelo. Sadie apenas alcanza a soltar un último grito antes de perder el conocimiento.

Chase a lamb

Ghostalish