Su nombre es Sadie, una joven radiante cuya belleza parece robarle protagonismo a las luces de la ciudad. Esa noche, junto a sus amigos, visita las puertas de un bar por primera vez. Sus ojos, enormes y curiosos, se iluminan con el destello de los neones y el vaivén de las luces de colores que bañan el lugar como pinceladas eléctricas. La música retumba en cada rincón, haciendo vibrar el suelo, el aire y el corazón de Sadie. Jamás había estado en un club nocturno. Sonríe, fascinada, como si la noche le estuviera ofreciendo un mundo secreto.

Toma alcohol por primera vez. El sabor le resulta áspero, amargo, pero pronto aprende a tolerarlo, dejándose arrastrar por el calor que sube desde su garganta hasta su mente. La embriaguez llega como una ola dulce, haciéndola sentir liviana, despreocupada. Esa noche, Sadie se siente extrañamente feliz, como si el universo entero la abrazara.

Al otro lado del club, sentado en una mesa rodeada de gente que charla y ríe, está Alan. Él no participa en las conversaciones, sus ojos están fijos en ella. La mira con una intensidad que casi quema. Sandra, la mejor amiga de Sadie, nota aquella mirada y le susurra algo al oído:
—Ese chico no me da buena espina.
Sadie ríe, restándole importancia, pero Sandra insiste: —Hay algo en él que no me agrada.
Sadie, confiada, no le presta atención. El desacuerdo escala hasta convertirse en una discusión, y Sandra, junto con el resto de las amigas, deciden irse. Sadie se queda. Antes de salir, Sandra la mira a los ojos con gravedad:
—Te advertí sobre ese chico.

El club se siente diferente ahora, más intenso. Sadie se acerca a la barra por otro trago. Alan aprovecha el momento y camina hacia ella.
—¿Qué estás tomando? —pregunta con una voz baja, casi arrastrada por la música.
—Acabo de terminar mi bebida, aún no sé qué pedir —responde ella con una sonrisa tímida, Alan dice:
—Yo solo bebo cerveza o vino.
Sadie hace una mueca. —Odio la cerveza.
Alan asiente, divertido. —A mí tampoco me gusta el sabor.
—¿Entonces por qué la bebes? —pregunta ella, arqueando una ceja.
Él sonríe, con cierta melancolía en la mirada. —Porque me gusta cómo me hace sentir.
Ambos ríen. Sadie, cansada, deja su vaso vacío a un lado y suspira. —Creo que ya fue suficiente por hoy.
Alan se inclina un poco hacia ella. —¿Tus amigas se fueron?
—Sí —responde, riendo—, por tu culpa.
—¿Por mi culpa? —pregunta él, intrigado.
Sadie suelta una carcajada tan fuerte que algunas miradas se giran hacia ellos. —Sandra dice que sintió una vibra rara en ti, una especie de oscuridad. Ella siempre cree conocer al amor de su vida y luego los chicos la dejan a la semana. Obvio no le creí nada.
Alan guarda silencio por un segundo, nervioso, pero su sonrisa vuelve pronto. —Qué dramática.
Sadie se despide y sale del club tambaleando un poco. Alan la sigue, preocupado. —¿Cómo piensas volver sola si estás así? —le pregunta mientras se acerca a su auto—. Déjame llevarte.
Ella lo mira con una mezcla de desconfianza y diversión. —¿Eres un asesino en serie? ¿Vas a hacer algo?
Alan sonríe, casi encantador. —Por supuesto que no. Puedes confiar en mí.
Ella duda un instante, pero finalmente sube al auto. La ciudad pasa frente a la ventanilla como un mural de luces y sombras. Le da su dirección.
Al llegar, Sadie lo mira con gratitud. —Gracias por traerme.
—¿Me darías tu número? —pregunta él, con voz serena—. Me encantaría volver a verte.
Ella se lo da. Hay un abrazo breve, algo torpe pero cargado de emoción. Sadie baja, camina hacia la puerta de su edificio. Alan se queda observando desde el coche, inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. La ve entrar. Solo entonces arranca el auto y se pierde en la noche.

Him and Her (intro)

Ghostalish